Cuento Clasico:Ricitos de Oro

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Ricitos de Oro era una ni帽a buena y simp谩tica pero demasiado curiosa ¡Siempre estaba mirando y revolviendo las cosas de los dem谩s! Su madre a veces se enfadaba con ella.

– Hija m铆a, lo que haces no est谩 nada bien ¿Acaso a ti te gustar铆a que yo te cogiera los juguetes del armario o me pusiera tus vestidos?

Pero la ni帽a no pod铆a evitarlo ¡Le gustaba tanto mirarlo todo, aunque no fuera suyo!…



Un d铆a de primavera, paseando por el bosque, se alej贸  de donde viv铆a por un camino que no era  el habitual. Cuando menos se lo esperaba,  se encontr贸 de frente con una preciosa casita de paredes azules y ventanas adornadas con rojos geranios. Era tan linda que parec铆a una casa de mu帽ecas.

Le pudo la curiosidad ¡Ten铆a que entrar a ver c贸mo era! Por all铆 no hab铆a a nadie y la puerta estaba abierta, as铆 que sin pens谩rselo dos veces, la empuj贸 cuidadosamente y empez贸 a recorrer el sal贸n.

– ¡Oh, qu茅 casa tan coqueta! Est谩 tan limpia y cuidada… Echar茅 un vistazo y me ir茅.

A Ricitos de Oro le llam贸 la atenci贸n que la mesa estaba puesta. Sobre el delicado mantel de encaje hab铆a tres tazones de leche. Como estaba hambrienta, decidi贸 beberse la leche de la taza m谩s grande, pero estaba muy caliente. Prob贸 con la mediana pero ¡caramba!… estaba demasiado fr铆a. La leche de la taza m谩s peque帽a, en cambio, estaba templadita como a ella le gustaba y se la bebi贸 de unos cuantos tragos.

– ¡Uhmmm, qu茅 rica! – pens贸 relami茅ndose Ricitos de Oro, mientras sus grandes ojos se clavaban en tres sillas azules pero de distintos tama帽os – ¿Y esas sillas de qui茅n ser谩n?… Voy a sentarme a ver si son c贸modas.

Decidida, trat贸 de subirse a la silla m谩s alta pero no fue capaz. Prob贸 con la mediana, pero era demasiado dura. De un peque帽o impulso se sent贸 en la peque帽a.

– ¡Genial! Esta s铆 que es c贸moda.

Pero la silla, que era de mimbre, no soport贸 el peso de la ni帽a y se rompi贸.

– ¡Oh, vaya, qu茅 mala suerte, con lo cansada que estoy!… Ir茅 a la habitaci贸n a ver si puedo dormir un ratito.

El cuarto parec铆a muy acogedor. Tres camitas con sus tres mesillas ocupaban casi todo el espacio. Ricitos de Oro se decant贸 por la cama m谩s grande, pero era demasiado ancha. Se baj贸 y se tumb贸 en la mediana, pero no… ¡El colch贸n era demasiado blando! Dio un saltito y se meti贸 en la cama m谩s peque帽a que estaba junto a la ventana. Pens贸 que era la m谩s confortable y mullida que hab铆a visto en su vida. Tanto, que se qued贸 profundamente dormida.

A los pocos minutos aparecieron los due帽os de la casa, que eran una pareja de osos con su hijo, un peludo y suave osezno color chocolate. En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, notaron que alguien  hab铆a entrado en su hogar durante su ausencia.

 El peque帽o osito se acerc贸 a la mesa y comenz贸 a lloriquear.

– ¡Oh,no! ¡Alguien se ha bebido mi leche!

Sus padres, tan sorprendidos como 茅l, le tranquilizaron. Seguro que hab铆a una explicaci贸n razonable, as铆 que siguieron comprobando que todo estaba en orden. Mientras, el  osito fue a sentarse y vio que su silla estaba rota.

– ¡Papi, mami!… ¡Alguien ha destrozado mi sillita de madera!

Todo era muy extra帽o. Pap谩 y mam谩 osos con su peque帽o, subieron cautelosamente las escaleras que llevaban a la habitaci贸n y encontraron que la puerta estaba entreabierta. La empujaron muy despacio y vieron a una ni帽a dormida en una de las camas.

– ¿Pero qu茅 hace esa ni帽a durmiendo en mi camita? – grit贸 el osito, asustado.

Su voz despert贸 a Ricitos de Oro, que cuando abri贸 los ojos, se encontr贸 a tres osos con cara de malas pulgas que la miraban fijamente.

– ¿Qu茅 demonios est谩s haciendo en nuestra casa? – vocifer贸 el padre- ¿No te han ense帽ado a respetar la intimidad de los dem谩s?

Ricitos de Oro se asust贸 much铆simo.

– Perd贸nenme, se帽ores… Yo no quer铆a molestar. Vi la puerta abierta y no pude evitar entrar…

– ¡Largo de aqu铆 ahora mismo, ni帽a! Esta es nuestra casa y, que yo sepa, nadie te ha invitado a pasar.

Pidiendo disculpas una y otra vez, la ni帽a sali贸 de all铆 avergonzada. Cuando lleg贸 al jard铆n, ech贸 a correr hacia su casa y no par贸 hasta que lleg贸 a la cocina, donde su madre estaba colocando unos claveles reci茅n cortados en un jarr贸n. Lleg贸 tan colorada que la mujer se dio cuenta de que a su hija le hab铆a pasado algo. Ricitos de Oro no tuvo m谩s remedio que contar todo lo sucedido.

Su mam谩 escuch贸 atentamente la historia  y dijo unas palabras que Ricitos jam谩s olvidar铆a.

– Hija, ah铆 tienes lo que sucede cuando no respetamos las cosas de los dem谩s. Espero que este susto te haya servido para que de ahora en adelante, pidas permiso para utilizar lo que no es tuyo y dejes de fisgonear lo ajeno.

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